lunes, 19 de septiembre de 2022

La familia Trapisonda (y un poco la familia Cebolleta)

 

Corría el año 1958, hace ya 64 años, cuando el máximo artífice de las inspiraciones bruguerianas, el señor Rafael González, debió de pensar, un poco harto de que su dibujante estrella, Manuel Vázquez, fuera un tanto displicente e irregular en sus entregas, que bien podía recurrir a un joven prometedor, admirador del despreocupado Manolo, con un estilo muy parecido en el dibujo y un sentido del humor parejo, un chiquillo de 22 años llamado Francisco Ibáñez. Como su anterior encargo, una pareja de detectives un tanto chapuceros, parecía ir teniendo tirón, le confió la creación de una historieta sobre una familia que fuera como la familia Cebolleta, pero sin ser la familia Cebolleta. Que tuviera algo distintivo, que se supiera que era del tipo que dibujaba a Mortadelo y Filemón, pero que recordara a la familia que dibujaba Vázquez. Se supone que esta iba a ser la fórmula del éxito.
Así que, poco antes del 7 de julio de 1958, Ibáñez se presentó con unas cuantas páginas, pues estas se compraban por lotes, y se publicó una de las del lote, no necesariamente la primera dibujada, en el número 1418 de la revista Pulgarcito.
Nacía así "La Familia Trapisonda, un grupito que es la monda" (los ripios, en Bruguera, que no faltaran)
Del Pulgarcito pasó a las “Selecciones del Humor de El DDT” y también al “Ven y ven” (después “Suplemento de historietas del DDT”) y a la contraportada del “Capitán Trueno Extra” donde se publicó desde 1960, llegando incluso a protagonizar una portada, una de las primeras que Ibáñez hacía, así como la inclusión de chistes protagonizados por el señor Trapisonda y compañía ilustrando la sección “Os lo cuenta Rodolfo Tuercas”, una tira de divulgación como tantas que se publicaban en los tebeos de la casa protagonizada por un robot que originalmente salía en una serie de ciencia ficción llamada Víctor, Héroe del espacio, con guion de Victor Alcázar (uno de los pseudónimos de Víctor Mora) y el apócrifo por antonomasia, Martínez Osete, quien también hizo esa tira y aprovechó, como vemos, para dibujar a la familia Trapisonda. Finalmente se convirtió en una de las fijas del DDT. Y con el devenir de los años, fue publicada como relleno en todas y cada una de las publicaciones que estuvieran editándose en aquellos momentos a modo de relleno, como ocurría con cualquier serie de la casa.





Al principio se trataba de historietas sobre una familia cuyos componentes eran un matrimonio y sus sobrinos, la mascota familiar y una asistenta. Ninguno de ellos tenía nombre de pila de momento. De hecho, unas semanas más tarde se publicó una historieta en la que llegaba un sobrino de Oxford, sobrino de la mujer, que resultaba ser el niño con gafas y birrete… cosas de entregar las historietas por lotes; se publicaban de forma desordenada, e incluso alguna se iba quedando en el cajón de pendientes durante semanas, mientras entregas más recientes se iban imprimiendo. Así, ¿Cómo iba a haber un mínimo de continuidad en el universo Bruguera?
La diferencia entre los Trapisonda y los Cebolleta radicaba, principalmente, en el irrepetible abuelo, del que los Trapisonda carecían. Había dos niños en lugar de uno, la mascota no hablaba, solamente pensaba (y mal), el loro Jeremías de los Cebolleta sí hablaba, y en lugar de hija de buen ver, tenían asistenta de no tan buen ver que, al igual que la hija de los Cebolleta, acabaría desapareciendo.
No deja de ser curioso el caso de la asistenta, o la chacha. La chacha, actualmente empleada del hogar, es un personaje recurrente en Bruguera. Era algo habitual en la España de aquellos días.
Al contrario que la “señora de la limpieza” o “la chica que viene a casa a ayudar”, que era externa, la chacha o criada convivía con los señoritos, que eran de clase media-alta o alta (ya con clase aún más alta, tenían a más de una persona a su servicio). Hasta Rigoberto Picaporte (que no era de clase alta, ni mucho menos) tenía chacha.
En el caso de los Trapisonda, todo parece indicar que se trata de una familia de clase media tirando a baja, pero tenían chacha, aunque fuera sólo como algo hecho para diferenciarse de los Cebolleta.
Robustiana, tal era el nombre de la doméstica, desapareció al poco tiempo de la vida de los Trapisonda sin más explicación. Posiblemente no funcionó, o a Ibáñez le apeteció (con el permiso del señor González) porque ya no daba más juego. Su aspecto era grotesco y nada agraciado, a pesar de lo cual (o debido a ello) atraía a numerosos “novios”. En una de las historietas, no obstante, se nos presenta a una chacha mucho (muchísimo) más agraciada… que parece ser que a la censura no le pareció bien y en reediciones de esa historieta, fue cambiada por una mucho menos agraciada, dibujada por encima probablemente por Gossé.
Por otro lado, una constante del servicio doméstico y sus empleadores en Bruguera consistía en que, al convivir, se convertían (si es que no lo eran en origen) en parte integrada de las respectivas vidas e historias. Como chachas tenemos a Petra, protagonista, que convive con su señora, convirtiéndose esta en parte indispensable de las historias de la criada por antonomasia de la historieta brugueriana. La otra criada por antonomasia es Eufemia, que aportaba una nota de color a la vida de Rigoberto Picaporte. Aunque para nota de color la de Panchita, la fámula de
el Doctor Cataplasma. Una por protagonista y las otras dos por secundarias indispensables (sobre todo Panchita, debido a lo reducido del elenco cataplásmico) tenían un rol que no pintaba que fuera a alcanzar Robustiana, así que se la eliminó del escenario.




Rigoberto Picaporte y su "chacha"

La "chacha" Petra, de Escobar

Panchita, la criada negra del Doctor Cataplasma


Conforme pasó el tiempo, los Trapisonda se fueron acercando a los Cebolleta, haciéndose más…confundibles. Aparte de la ausencia del abuelo (que de todas formas no aparecía en todas las historietas de Cebolleta), y la diferencia entre los niños (de uno a dos, y uno de ellos con aspecto empollón, aunque el niño Cebolleta pasó en una de sus encarnaciones por una fase empollona) tenemos a la mascota, un loro parlante en el caso de los Cebolleta que se comunica con toda naturalidad con Rosendo y compañía. Los Trapisonda tenían un perro, Atila, que no hablaba, como ya he dicho; pensaba. Y le tenía una manía casi (o sin casi) homicida al cabeza de familia.
Como detalle curioso, fijaos en la época en que Ibáñez parece un clónico de Vázquez (o los Trapisonda de los Cebolleta), la de las orejas en espiral, en el detalle de las esculturitas abstractas que decoran la casa de los Trapisonda, muy características de los Cebolleta.




El cabeza de familia es, en los dos casos, Trapisonda y Cebolleta, el protagonista de las historietas. Ambos tienen, además, un aspecto similar, o mejor dicho, son clónicos. Sobre todo cuando Ibáñez dibujaba como Vázquez, en los tiempos de las orejas en espiral. Y ambos son oficinistas. ¿Ambos? No, pero sí.
Y es que, al principio, precisamente cuando Ibáñez dibujaba como Vázquez, en los tiempos de las orejas en espiral (repito), el cabeza de familia de los Trapisonda era bombero. Le podemos ver vestido como tal o haciendo referencia a su profesión. Lo curioso es que era un bombero especial, casi un bombero oficinista; Ibáñez representaba a este personaje acudiendo a un trabajo tan especial como si tal cosa. En lugar de ponerse el sombrero y coger un portafolio, se ponía el casco y se echaba al hombro una manguera enrollada y decía “Bueno, voy a ver si apago un poco algún fuego”. Otro detalle que le diferenciaba de Rosendo Cebolleta era que el señor Trapisonda lucía unas pequeñas gafitas, que me da la impresión de que eran añadidas a posteriori para diferenciarle del paterfamilias original vazquiano. Hasta tal punto que, finamente, también perdió esta característica.
Pancracio Trapisonda (ya era hora de decir su nombre, pero es que tardó en ser bautizado) acabó dejando su trabajo de bombero (como es habitual en los tebeos de Bruguera, sin solución de continuidad y de la noche a la mañana, o entre un número y otro) y se convirtió en un gris oficinista…
Las intervenciones del jefe sólo auguran malos tiempos para Pancracio, pues inevitablemente, tal es la ley del universo Bruguera, si algo malo le puede ocurrir al protagonista, peor será (excepto a Feliciano o Pitagorín). Lo más común es que, por la razón más peregrina, el jefe se acerque a la casa de Pancracio (en lugar de acudir Pancracio a la oficina) y acabe ocurriendo algún hecho catastrófico que desencadenará el fulminante despido del pobre Pancracio.

Pancracio, bombero.

Pancracio y su jefe


Rosendo y Pancracio son calvos, llevan bigote y lucen pajarita, pero Pancracio es un personaje con peor fondo que Rosendo. Ambos llevan el peso de ser cabezas de familia, económicamente hablando, con lo mal que les va en el trabajo (deben de ser los personajes más despedidos de sus trabajos del mundo), pero es que Pancracio une a su desgracia de ser un personaje marcado por el cruel destino de ser uno de esos pobres desgraciados de Bruguera, un carácter prepotente e incluso envidioso del que Rosendo, más entrañable, carece. Y eso se traduce en un mayor distanciamiento de su familia. A pesar de ser, como no, familias altamente disfuncionales, dentro de los estrechos parámetros que la censura permitía, los Trapisonda abundan aún más en esto, y tanto los sobrinos como su mujer acaban muchas historietas haciendo amargos reproches a Pancracio, cosa más rara de ver en los Cebolleta. Por no hablar de las mascotas, ya que Atila es uno de esos perros de Ibáñez (que también cultivó Vázquez) dueños de una mala gaita demoledora. El caso de Atila, que en este caso es el peor enemigo del hombre, es extremo, ya que propone incluso maneras de acabar con la vida de Pancracio.




Si ya de por sí los Trapisonda eran una familia muy, pero que muy disfuncional, la censura les convirtió en una familia… extrañísima, por decir algo suave.
La actitud de la mujer y los niños hacia Pancracio atentaba contra los valores tradicionales de la familia cristiana que requerían, entre otras cosas, respeto a la figura paterna. Por eso los hermanos Zipi y Zape, que deben de ser los únicos niños del mundo brugueriano clásico que tenían padres, atemperaron el inicial carácter de sus bromas y travesuras, y los castigos de don Pantuflo desproporcionados, también se suavizaron. El resto de los niños Bruguera (hasta que apareció Roquita, que ya tenía madre, o Benito Boniato, ya crecidito, que tenía padres) eran por definición sobrinos. Como excepciones: los niños de La alegre pandilla (con "Mus" que parecía un adolescente que vivía solo) y los adolescentes o niños ya crecidos, como los componentes de La Panda, o en general todo aquel vástago que no proporcione ningún tipo de quebraderos de cabeza a ninguno de sus progenitores, porque sus hazañas y proezas en el mundo del gamberrismo se produzcan fuera del ámbito parental, quienes se limitarán a ejecutar la férrea acción justiciera y punitoria. Este sería el caso de Pepito, el sobrino de Rigoberto Picaporte. En el caso de Luisito, el respetuosísimo sobrino de Don Pío y Benita, su sobrinismo, unido a una atemperación del abrupto carácter de Doña Benita, para suavizar el tono de la serie de cara a la ridícula censura, venía dado por su ausencia inicial en el seno del matrimonio. Resultaba impensable que fuera hijo para no tener que presuponer de dónde había salido en infante, ¿acaso los esposos Pío se habían abandonado al deplorable vicio de la fornicación, por muy bendecido eclesiásticamente que estuviera su matrimonio? Pues sobrino al canto.
Así pues, Felipín y Sabihondín fueron sobrinos de Pancracio desde el principio (Aunque Felipín fuera de vez en cuando hijo de Leonor), para evitar estos conflictos. Parece entonces que se ejerció la peor forma de censura existente: La Autocensura, ejercida por miedo a la censura oficial. Pero esta sobrinez les permitía vituperar la figura pseudopaterna convertida en tío sin temor a las iras de los de la tijera. Felipín, moreno, travieso y con cara de malo, y Sabihondín, calvo, con gafas, vestido de negro y tocado con un birrete y aspecto de empollón (pues recordemos que en un principio venía de estudiar en Oxford, y así se quedó)
Y si Benita se extralimitaba en sus atribuciones matrimoniales al castigar durísimamente al pobre don Pío, y por tanto hubo de suavizarse en extremo, se decidió que la mujer de Pancracio, que llevaba el mismo camino, en lugar de atemperarse, se convirtiera en su hermana. Y ya como hermana supimos su nombre: Lucrecia (solo sale mencionado en cinco historietas de la serie) por lo que no se sabe por qué casi todos los estudiosos de esta familia le adjudicaron el nombre de Leonor.
Así que tenemos a una pareja de hermano/hermana viviendo juntos con unos sobrinos a su cargo que, si no son los suyos es porque hay un tercer hermano por ahí del que no sabemos nada. Un hermano o hermana de estos dos hermanos que igual falleció, pero que puede dar lugar a pensar que se trata de un padre o madre desnaturalizado/a que ha abandonado a sus hijos, dejándolos al cuidado de sus hermanos. Y si nos ceñimos a la historieta de la llegada de Sabihondín, en que este es el sobrino de Leonor, que no el de Pancracio… ¡La autocensura provocada por la censura monta un lío familiar de (falta de) padre y muy señor mío! Y es que el no saber por dónde te puede salir el censor ha de ser muy duro. Y encima con un perro que desea con fervor que le suceda algo muy malo a su amo, y si ese algo es la muerte, mejor que mejor. Si esto no es una familia disfuncional...
Y como último apunte, en las dos últimas fotos, podéis observar el dibujo "vazquiano" de Ibáñez (penúltima) y el dibujo de influencia franco belga de la época de la primera aventura larga de Mortadelo y Filemón "El sulfato atómico" (última)





Estilo "Vazquiano" de Ibáñez

Estilo Franco Belga.



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