Corría el año 1958, hace ya 64 años, cuando el máximo artífice de las inspiraciones bruguerianas, el señor Rafael González, debió de pensar, un poco harto de que su dibujante estrella, Manuel Vázquez, fuera un tanto displicente e irregular en sus entregas, que bien podía recurrir a un joven prometedor, admirador del despreocupado Manolo, con un estilo muy parecido en el dibujo y un sentido del humor parejo, un chiquillo de 22 años llamado Francisco Ibáñez. Como su anterior encargo, una pareja de detectives un tanto chapuceros, parecía ir teniendo tirón, le confió la creación de una historieta sobre una familia que fuera como la familia Cebolleta, pero sin ser la familia Cebolleta. Que tuviera algo distintivo, que se supiera que era del tipo que dibujaba a Mortadelo y Filemón, pero que recordara a la familia que dibujaba Vázquez. Se supone que esta iba a ser la fórmula del éxito.
Así que, poco antes del 7 de julio de 1958, Ibáñez se presentó con unas cuantas páginas, pues estas se compraban por lotes, y se publicó una de las del lote, no necesariamente la primera dibujada, en el número 1418 de la revista Pulgarcito.
Nacía así "La Familia Trapisonda, un grupito que es la monda" (los ripios, en Bruguera, que no faltaran)
Del Pulgarcito pasó a las “Selecciones del Humor de El DDT” y también al “Ven y ven” (después “Suplemento de historietas del DDT”) y a la contraportada del “Capitán Trueno Extra” donde se publicó desde 1960, llegando incluso a protagonizar una portada, una de las primeras que Ibáñez hacía, así como la inclusión de chistes protagonizados por el señor Trapisonda y compañía ilustrando la sección “Os lo cuenta Rodolfo Tuercas”, una tira de divulgación como tantas que se publicaban en los tebeos de la casa protagonizada por un robot que originalmente salía en una serie de ciencia ficción llamada Víctor, Héroe del espacio, con guion de Victor Alcázar (uno de los pseudónimos de Víctor Mora) y el apócrifo por antonomasia, Martínez Osete, quien también hizo esa tira y aprovechó, como vemos, para dibujar a la familia Trapisonda. Finalmente se convirtió en una de las fijas del DDT. Y con el devenir de los años, fue publicada como relleno en todas y cada una de las publicaciones que estuvieran editándose en aquellos momentos a modo de relleno, como ocurría con cualquier serie de la casa.
Al principio se trataba de historietas sobre una familia cuyos componentes eran un matrimonio y sus sobrinos, la mascota familiar y una asistenta. Ninguno de ellos tenía nombre de pila de momento. De hecho, unas semanas más tarde se publicó una historieta en la que llegaba un sobrino de Oxford, sobrino de la mujer, que resultaba ser el niño con gafas y birrete… cosas de entregar las historietas por lotes; se publicaban de forma desordenada, e incluso alguna se iba quedando en el cajón de pendientes durante semanas, mientras entregas más recientes se iban imprimiendo. Así, ¿Cómo iba a haber un mínimo de continuidad en el universo Bruguera?
La diferencia entre los Trapisonda y los Cebolleta radicaba, principalmente, en el irrepetible abuelo, del que los Trapisonda carecían. Había dos niños en lugar de uno, la mascota no hablaba, solamente pensaba (y mal), el loro Jeremías de los Cebolleta sí hablaba, y en lugar de hija de buen ver, tenían asistenta de no tan buen ver que, al igual que la hija de los Cebolleta, acabaría desapareciendo.
No deja de ser curioso el caso de la asistenta, o la chacha. La chacha, actualmente empleada del hogar, es un personaje recurrente en Bruguera. Era algo habitual en la España de aquellos días.
Al contrario que la “señora de la limpieza” o “la chica que viene a casa a ayudar”, que era externa, la chacha o criada convivía con los señoritos, que eran de clase media-alta o alta (ya con clase aún más alta, tenían a más de una persona a su servicio). Hasta Rigoberto Picaporte (que no era de clase alta, ni mucho menos) tenía chacha.
En el caso de los Trapisonda, todo parece indicar que se trata de una familia de clase media tirando a baja, pero tenían chacha, aunque fuera sólo como algo hecho para diferenciarse de los Cebolleta.
Robustiana, tal era el nombre de la doméstica, desapareció al poco tiempo de la vida de los Trapisonda sin más explicación. Posiblemente no funcionó, o a Ibáñez le apeteció (con el permiso del señor González) porque ya no daba más juego. Su aspecto era grotesco y nada agraciado, a pesar de lo cual (o debido a ello) atraía a numerosos “novios”. En una de las historietas, no obstante, se nos presenta a una chacha mucho (muchísimo) más agraciada… que parece ser que a la censura no le pareció bien y en reediciones de esa historieta, fue cambiada por una mucho menos agraciada, dibujada por encima probablemente por Gossé.
Por otro lado, una constante del servicio doméstico y sus empleadores en Bruguera consistía en que, al convivir, se convertían (si es que no lo eran en origen) en parte integrada de las respectivas vidas e historias. Como chachas tenemos a Petra, protagonista, que convive con su señora, convirtiéndose esta en parte indispensable de las historias de la criada por antonomasia de la historieta brugueriana. La otra criada por antonomasia es Eufemia, que aportaba una nota de color a la vida de Rigoberto Picaporte. Aunque para nota de color la de Panchita, la fámula de
el Doctor Cataplasma. Una por protagonista y las otras dos por secundarias indispensables (sobre todo Panchita, debido a lo reducido del elenco cataplásmico) tenían un rol que no pintaba que fuera a alcanzar Robustiana, así que se la eliminó del escenario.
Rigoberto Picaporte y su "chacha"
La "chacha" Petra, de Escobar
Panchita, la criada negra del Doctor Cataplasma
Conforme pasó el tiempo, los Trapisonda se fueron acercando a los Cebolleta, haciéndose más…confundibles. Aparte de la ausencia del abuelo (que de todas formas no aparecía en todas las historietas de Cebolleta), y la diferencia entre los niños (de uno a dos, y uno de ellos con aspecto empollón, aunque el niño Cebolleta pasó en una de sus encarnaciones por una fase empollona) tenemos a la mascota, un loro parlante en el caso de los Cebolleta que se comunica con toda naturalidad con Rosendo y compañía. Los Trapisonda tenían un perro, Atila, que no hablaba, como ya he dicho; pensaba. Y le tenía una manía casi (o sin casi) homicida al cabeza de familia.
Como detalle curioso, fijaos en la época en que Ibáñez parece un clónico de Vázquez (o los Trapisonda de los Cebolleta), la de las orejas en espiral, en el detalle de las esculturitas abstractas que decoran la casa de los Trapisonda, muy características de los Cebolleta.
El cabeza de familia es, en los dos casos, Trapisonda y Cebolleta, el protagonista de las historietas. Ambos tienen, además, un aspecto similar, o mejor dicho, son clónicos. Sobre todo cuando Ibáñez dibujaba como Vázquez, en los tiempos de las orejas en espiral. Y ambos son oficinistas. ¿Ambos? No, pero sí.
Y es que, al principio, precisamente cuando Ibáñez dibujaba como Vázquez, en los tiempos de las orejas en espiral (repito), el cabeza de familia de los Trapisonda era bombero. Le podemos ver vestido como tal o haciendo referencia a su profesión. Lo curioso es que era un bombero especial, casi un bombero oficinista; Ibáñez representaba a este personaje acudiendo a un trabajo tan especial como si tal cosa. En lugar de ponerse el sombrero y coger un portafolio, se ponía el casco y se echaba al hombro una manguera enrollada y decía “Bueno, voy a ver si apago un poco algún fuego”. Otro detalle que le diferenciaba de Rosendo Cebolleta era que el señor Trapisonda lucía unas pequeñas gafitas, que me da la impresión de que eran añadidas a posteriori para diferenciarle del paterfamilias original vazquiano. Hasta tal punto que, finamente, también perdió esta característica.
Pancracio Trapisonda (ya era hora de decir su nombre, pero es que tardó en ser bautizado) acabó dejando su trabajo de bombero (como es habitual en los tebeos de Bruguera, sin solución de continuidad y de la noche a la mañana, o entre un número y otro) y se convirtió en un gris oficinista…
Las intervenciones del jefe sólo auguran malos tiempos para Pancracio, pues inevitablemente, tal es la ley del universo Bruguera, si algo malo le puede ocurrir al protagonista, peor será (excepto a Feliciano o Pitagorín). Lo más común es que, por la razón más peregrina, el jefe se acerque a la casa de Pancracio (en lugar de acudir Pancracio a la oficina) y acabe ocurriendo algún hecho catastrófico que desencadenará el fulminante despido del pobre Pancracio.
Pancracio, bombero.
Pancracio y su jefe
Rosendo y Pancracio son calvos, llevan bigote y lucen pajarita, pero Pancracio es un personaje con peor fondo que Rosendo. Ambos llevan el peso de ser cabezas de familia, económicamente hablando, con lo mal que les va en el trabajo (deben de ser los personajes más despedidos de sus trabajos del mundo), pero es que Pancracio une a su desgracia de ser un personaje marcado por el cruel destino de ser uno de esos pobres desgraciados de Bruguera, un carácter prepotente e incluso envidioso del que Rosendo, más entrañable, carece. Y eso se traduce en un mayor distanciamiento de su familia. A pesar de ser, como no, familias altamente disfuncionales, dentro de los estrechos parámetros que la censura permitía, los Trapisonda abundan aún más en esto, y tanto los sobrinos como su mujer acaban muchas historietas haciendo amargos reproches a Pancracio, cosa más rara de ver en los Cebolleta. Por no hablar de las mascotas, ya que Atila es uno de esos perros de Ibáñez (que también cultivó Vázquez) dueños de una mala gaita demoledora. El caso de Atila, que en este caso es el peor enemigo del hombre, es extremo, ya que propone incluso maneras de acabar con la vida de Pancracio.
de Mortadelo y Filemón "El sulfato atómico" (última)
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